Una vida fumando bazuco en las calles de Bogotá

Son las diez de la mañana de un viernes cualquiera; medio centenar de personas deambulan por el centro de Bogotá: brazos y piernas en movimiento como si fueran marionetas. A un lado, en la acera como invisible, está José, un español que llegó a la capital colombiana hace cinco años y malvive entre la droga.

Una vida fumando bazuco en las calles de Bogotá

Dice que era músico, hijo único y que dejó Valencia, en la costa mediterránea española, cuando sus padres murieron.
Lleva ya cuatro años en las calles de Bogotá fumando bazuco, una droga de bajo coste parecida al crack, hecha con los residuos de la cocaína: «¿Para qué voy a volver a España? Allí ya no tengo a nada ni a nadie», se pregunta y responde.

Este valenciano es uno de los 10.000 habitantes de calle, que llenan algunas vías de Bogotá.

Luis Alexander Alvarado se ve reflejado en la historia de José. Es colombiano, tiene 46 años y llevaba 23 años fumando la droga: siete de ellos como habitante de calle.

A los 18 dejó la vida en el campo, donde vivía con sus abuelos para ir a la ciudad a estudiar bachillerato, una noche de fiesta probó el bazuco y la vida le cambió para siempre.

«Meses más tarde ya no había rumba, lo empecé a hacer como algo personal, para refugiarme. Llegó y me atrapó, me puso a dormir en un andén (acera), debajo de un puente, a pasar la vida al valor de nada, rebuscando en la basura», asegura Luis Alexander a Efe.

La vida le dio una segunda oportunidad cuando Los Ángeles Azules lo encontraron en el arroyo que atraviesa la céntrica calle sexta a la altura de la carrera treinta, un sector rodeado de comercios, almacenes y residencias.

Allí, los ángeles, trabajadores de la Alcaldía distribuidos por toda la ciudad, atienden a los habitantes de calle.

Los Ángeles Azules están formados por diferentes equipos e intentan con su labor hacer la vida de estas personas un poco más fácil.

«Hay un equipo de búsqueda activa que va a puentes, andenes, ollas; otro equipo de hogares de paso; uno de atención psicosocial; (otro en) los centros de acogida donde se hace el proceso interno y un último equipo que hace un enlace de seguimiento una vez salen del programa», dijo a Efe Raúl Ortiz, coordinador de la comunidad de vida «El Camino», uno de los centros de atención.

«Me encuentro acá porque la calle me dio muy duro. Vine para recuperar lo que perdí, volver a resocializarme, a recuperar mi autoestima, mi persona y a mi familia que perdí después de tantos años en la calle», afirma Luis Alexander, que hoy reside en «El Camino».

Luis estará dentro del centro de acogida entre 9 y 11 meses, ya que se trata de un programa hecho por etapas cuyo objetivo final es encaminarlos a nivel laboral y poder vincularlos de nuevo en la sociedad.

Con un hijo de 25 años espera recuperar el tiempo perdido, establecer esa comunicación que el bazuco le hizo abortar. Asegura que no quiere «fallarle más» y que «solo mirará al pasado para no volver a caer en las garras de la droga».

«Ahorita ya tengo un futuro centrado, entre ese futuro está mi hijo y mi familia, tengo contacto desde que comencé el programa, gracias a los psicólogos he podido encontrar la comunicación con ellos», explica.

Dentro de la oferta formativa que establece el programa, Luis se decantó por el camino audiovisual, parece que se siente cómodo con las cámaras pero además probó la danza y la artesanía: prefiere mantener la mente ocupada para no pensar en esos 23 años.

Y sin dudarlo asegura que está «con muchas ganas de salir adelante para recuperarse».

La mayoría de los habitantes de calle identifican a los Ángeles Azules, lo que facilita la labor de los trabajadores y hace que estos los reconozcan como amigos puesto que los mendigos «normalmente están bajo el consumo de alguna sustancia psicoactiva pero de igual manera nos reciben bien, nos saludan, nos dicen profes».

Así lo narra uno de los promotores de este programa de la secretaría de Integración Social, Óscar Velandia.

Todos los días, 645 servidores públicos atienden a los habitantes de calle en centros, además hacen una búsqueda activa los siete días de la semana, 24 horas al día ofertan los servicios.

Por el Parque Santander, en pleno corazón de Bogotá frente al Museo del Oro, se oye una voz de un viandante: «que trabajo más duro y bonito a la vez, sacar a la gente de la calle, aunque yo no podría».

Al parecer, la labor de los Ángeles Azules toca el corazón de los que trabajan en el programa.

«He aprendido a no quejarme tanto, a valorar la comida, lo que tengo, a ser más humilde y sobre todo a ser más sensible» añadió Velandia.

En lo corrido de este año, 7.169 habitantes de calle fueron atendidos en la vía y en los centros de atención de la Secretaria de Integración Social de Bogotá. Además, 2.323 individuos han desarrollado en los últimos tres años y medio procesos para mejorar su vida, de ellos 633 culminaron con éxito el plan y se alejaron de las calles.

Luis pronto recuperará su familia, su entorno y espera tener un proyecto de vida, mientras que José esperará a que los ángeles azules lo vuelvan a encontrar para dejar, aunque sea por un día, las calles de Bogotá y la pasta de cocaína, el bazuco. EFE

RA

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Source: Informe21

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