De enfermera a paciente por un cáncer de mama

“Yo abrí mi resultado y lo vi. Sinceramente, pensaba que no iba ser nada y miré. Cuando tenía el papel frente a mí, me quedé quieta y pensé: ‘Ostras, pues es cáncer’”. Así recuerda Silvia Lafuente la noche de julio de hace tres veranos en la que se enteró de la noticia. Estaba trabajando en su puesto de enfermera de la Unidad de Maternidad en el Hospital de Fuenlabrada (Madrid) y lo primero que pensó fue en cómo decírselo a su marido y sus hijos. No pudo seguir, se marchó a casa, llena de dudas, pero con el convencimiento de que iba a superar este bache. Y así ha sido.

La misma incertidumbre pasó su compañera Beatriz Chaves, de la Unidad de Cuidados Intensivos, cuando le contaron el diagnóstico. Ella también vio que ya estaban los resultados, pero al contrario que Lafuente, decidió esperar a la consulta. Llamó a su marido y juntos escucharon al médico. Era cáncer. “Siempre digo que fue mi hijo el salvador porque noté el bulto mientras jugaba con él. Tuve una intuición y empezaron las pruebas. Lo que sí tenía claro es que necesitaba que me dieran el diagnóstico y me explicasen lo que iba a pasar después; no quería montarme yo en la cabeza el peor de los escenarios”, comenta.

En el caso de Silvia Morel, supervisora de la Unidad de Neurología del Hospital Ramón y Cajal (Madrid), la enfermedad vino sin avisar. No había bultos ni tenía malestar. Un día bajó al servicio de Radiología para citar una prueba a una compañera y aprovechó para mirar fechas para realizarse una mamografía rutinaria. “Tenemos ahora un hueco libre”, le dijeron, minutos antes de ver cómo su vida cambiaba por completo.

Nada más salir de la prueba, miró a sus compañeras y supo inmediatamente que algo pasaba. Era el 5 de enero de 2018 y después de trabajar, su intención era irse a casa con su familia para recibir a los Reyes Magos. “Ni que decir tiene que fue el peor día de Reyes de mi vida”, recuerda. Por las fechas que eran, decidió irse a casa y guardar el secreto. Esperó al día 7 de enero, que habló con su marido y después con sus padres. Sin duda, recibió todo su apoyo. “Nos enfocamos en ti, tú vas a guiar a partir de ahora nuestra actividad”, le dijeron.

Fue un día después cuando se sentó con el ginecólogo se puso todo en marcha. “Esta fue la peor parte de todo el proceso. Cuando no sabes exactamente qué es lo que pasa, pero sabes que es algo malo, es horrible”, asegura. Echa la vista atrás y piensa en cómo vivió esos tres primeros días. “Pasas una ansiedad que no te deja, es como que el mundo se acaba; no puedes dormir, comer, no puedes hacer nada de lo que sueles hacer porque toda tu cabeza está pensando en qué va a ser de ti y, sobre todo, de tus hijos”.

Ellos, los más pequeños, son al final a los que más les cuesta entender lo que pasa. Tanto es así que Beatriz decidió escribir un cuento para explicárselo. Con 3 y 7 años todavía eran muy pequeños y decidí ponerlo en papel para mí y para ellos. Así surgió Pintamos a mamá de colores, una historia que meses después se materializaría en un libro impreso que ahora sirve para ayudar a mujeres como ella y que se puede conseguir en tiendas y plataformas digitales.

Lafuente, por su parte, prefirió omitir la palabra cáncer delante de ellos y Morel preguntó a sus compañeras y a otros especialistas para saber cómo hacerlo. Porque ellas, a pesar de llevar más de 20 años de carrera profesional, reconocen que la enfermedad te paraliza de tal manera que olvidas todo lo que has aprendido. “Además de enfermera, soy psicóloga, pero en ese momento te quedas sin recursos y necesitas que alguien te diga que va a ser un año muy duro, pero que se supera. Cuando te invade la desesperanza y la incertidumbre, eres, sobre todo, persona”, comenta Morel.

Chaves recuerda como para ella los pacientes eran “los otros” y los profesionales “nosotros”. Y, de pronto, salió de una consulta, se quitó el pijama de enfermera y pasó a estar a ese otro lado. “Así es como ves que no hay diferencia, que en realidad no son “los otros” y “nosotros”, sino que cualquier día puedes estar allí. Las que somos enfermeras lo somos en todos los ámbitos; en casa, en el hospital, con los amigos… y de pronto, llega algo así y piensas: ‘¿Cómo se hace esto?’ Me dejé llevar, borré todo lo que sabía y me convertí en paciente”, subraya.

Source: La Razón

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