Un 20% de las personas mayores de 80 años son “frágiles”

¿Qué entendemos por fragilidad del paciente mayor?

La fragilidad es un estado de salud en el que la vulnerabilidad del individuo está aumentada.

La definición precisa de quién es frágil es compleja, pues no hay que confundirla con enfermedad aguda o crónica o con la discapacidad ya definida y establecida. Se han intentado encontrar biomarcadores que nos permitieran decir quién es frágil con un simple análisis de laboratorio, sin embargo, eso por el momento no es posible. En estas condiciones para definir fragilidad hay que contar con la experiencia y el sentido común clínico y evaluar la presencia de algunos criterios, entre los cuáles hay varios, pero mencionaremos a los de Fried por su sencillez: debilidad, lentitud, agotamiento, inactividad física y pérdida de peso.

Se trata de una situación extremadamente común, pues diversos estudios demuestran que en personas mayores de 65 años, por lo demás sin ningún diagnóstico médico concreto, se pueden estimar como frágiles un 7%. Esta proporción es del 20% en los mayores de 80 años.

¿A partir de qué edad estamos hablando?

Clásicamente se entiende que la edad a partir de la cual se considera a alguien anciano son los 65 años, de hecho, el objeto de estudio y dedicación de la Geriatría y Gerontología Clínica se marca en esa cifra. Sin embargo, con los cambios sociales y la mejora global de las condiciones de salud, no es infrecuente que se retrase a los 70 o 75 años. En la práctica clínica diaria se acepta que los 65 años marcan cambios fisiológicos sustanciales, pero que un anciano conceptualmente pleno estaría en esos 75. Por supuesto aceptando siempre tiene una notable variación individual.

¿Cuáles son los principales problemas médicos de los mayores?

Entre los mayores son especialmente comunes las enfermedades crónicas de carácter neurodegenerativo (como el Parkinson o el Alzheimer), circulatorio (como la hipertensión), respiratorio (como asma o hipertensión pulmonar), y osteoarticular (como lumbalgia o artrosis) .

Además también son habituales diversos síndromes -que llamamos geriátricos- muy relevantes desde el punto de vista clínico y de enorme trascendencia para el anciano: inmovilidad, caídas, incontinencia urinaria y fecal, síndrome confusional agudo, malnutrición, alteraciones en vista y oído, estreñimiento, impactación fecal, depresión, insomnio, impotencia o alteraciones sexuales.

Los especialistas señalan que los factores sociales son también determinantes en la salud de las personas de edad, ¿está de acuerdo? ¿Por qué?

Es imposible no estar de acuerdo con algo que señalan todas las investigaciones con una aplastante cantidad de pruebas: los factores sociales son determinantes para la salud de las personas, y no solo la de los mayores, sino la de cualquier edad.

En el caso concreto de la fragilidad hay dos factores sociales que destacan por encima de otros: la modificación en la estructura y función de la familia y el aumento de la brecha entre los estratos socioeconómicos. El aumento de la esperanza de vida, el declive de la fertilidad, la incorporación de la mujer al mundo laboral fuera del domicilio, la universal tendencia migratoria de los jovenes a las ciudades, todo ello en conjunto da lugar a familias donde el núcleo de protección se ve severamente comprometido. Por otro lado el acceso a recursos de apoyo depende mucho de las posibilidades económicas, por lo que quien menos tiene va a ver debilitada su posibilidad de disponer de un cuidador remunerado o incluso de acceder a una más variada alimentación. Todos estos factores actuando en conjunto está demostrado que aumentan la fragilidad.

Hemos escuchado el concepto de “envejecimiento saludable”, ¿cómo es este?

La proporción de gente anciana en el mundo está creciendo en todas partes, se estima que en 2050 habrá 2000 millones de personas mayores de 60 años y quizás 400 millones tengan más de 80. Esto plantea un reto social de enorme magnitud, sin embargo pocas veces se contempla las oportunidades que genera: la gente mayor dispone de tiempo, experiencia y una cada vez mayor cualificación profesional y técnica de la que no nos podemos permitir el lujo prescindir. Lo más probable es que en pocas décadas la gente mayor sea un inestimable recurso para las sociedades, pero es fácil de entender que el anciano sano vivirá mejor y también tendrá un papel social mucho más relevante. En este sentido invertir en salud para conseguir un envejecimiento saludable es una de la mejores opciones que se le plantean al individuo y a la sociedad en su conjunto. El concepto de envejecimiento saludable está bien definido por la OMS e implica:

  • Un cambio en la percepción social del envejecimiento, que debe dejar de ser considerado algo negativo.
  • La creación de entornos adaptados a los mayores, lo que incluye espacio público, movilidad, adecuación de sistemas de salud y sistemas de atención a largo plazo.

El envejecimiento saludable incluye mantener actividad física regular, dieta saludable, entorno social adecuado y una actividad intelectual que comprenda aprendizaje de habilidades y de técnicas, con énfasis en hacer cosas más que en permanecer pasivos, o dicho en otras palabras, aprender música mejor que ir a un concierto, aunque desde luego lo segundo también es importante.

¿Deberíamos empezar a pensar y cuidarnos desde jóvenes?

Obviamente la respuesta es sí. El ejercicio, la dieta o la actividad mental pueden tener efectos beneficiosos al menos marginales aunque se empiecen muy tarde, pero nadie duda de que cuanto antes se empiece, mayores serán los resultados. El problema es de índole social, en toda la historia de la humanidad ha sido difícil que la gente joven piense en su vejez de una forma positiva y proactiva.

¿Cree que las personas mayores deberían tener una atención diferente por parte del sistema sanitario?

Los actuales sistemas de salud trabajan para pacientes individuales con enfermedades agudas. Ni siquiera es probable que toda la responsabilidad de esta realidad recaiga sobre sus gestores de manera individual, ya que la sanidad “que vende” habla de listas de espera, trasplantes maravillosos y escáneres de última generación.

Pero este paradigma asistencial no está preparado para atender las demandas de salud de los ancianos. La persona mayor suele tener varias enfermedades, necesidades médicas y sociales específicas y habitualmente un problema de índole crónico con eventuales reagudizaciones. Nuestros sistemas de salud occidentales, unos con mayor éxito que otros, a lo más que llegan es a atender esas reagudizaciones y por lo general de forma ineficiente, dando prioridad a la parte médica sobre la social y buscando más el diagnóstico preciso que la atención global y la prevención de la aparición o empeoramiento de la discapacidad.

Habría que exigirle a todos los profesionales sanitarios un mínimo de conocimientos de geriatría, poner énfasis en la atención multidisciplinar (esa de la que tanto se habla, pero tan poco se trabaja) y redirigir el sistema en su conjunto para que cobren prestigio e importancia social las actuaciones que mejoren la salud de las personas mayores.

¿Cómo afronta un hospital como IMED los problemas de salud de este grupo de población?

Si nos centramos en el concepto de fragilidad, ya hemos dicho que está relacionada con estancias hospitalarias más prolongadas y un aumento de la mortalidad en pacientes hospitalizados. En el Hospital IMED se tiene una especial sensibilización con la detección de fragilidad, para intentar evitar que esa acumulación de déficits actúe en cascada y haga que la salud de nuestros pacientes se deteriore de forma irreversible. También se actúa contra la “polifarmacia”, es decir contra la excesiva toma de fármacos que está demostrado que no solo incrementa los costes, sino que también empeora la salud de los mayores. Otra relevante contribución es el apoyo que desde Medicina Interna se le da al resto de especialidades para la atención a las personas mayores, procurando que aunque ingresen por un motivo concreto de salud, se les practique un diagnóstico funcional, se racionalice la toma de medicamentos y se prevengan los síndromes geriátricos en la medida de lo posible (inmovilidad, riesgo de caídas, incontinencia, etc.).

IMED es un hospital privado, pero que funciona como un hospital general, ¿qué significa esto y qué aporta al paciente de la tercera edad?

Al tener una cartera de servicios propia de un hospital general permite prestar una atención global, que es la base para una atención sanitaria de calidad al paciente mayor. Si por ejemplo necesita una prótesis de rodilla, la misma estructura sanitaria cuidara de su diabetes o de sus otros posibles problemas de forma natural. Esto es mucho más difícil en un hospital o clínica monográficos o muy especializados. Además IMED dispone de profesionales propios en los campos principales para la atención al anciano, por lo que aunque cuenta con la participación puntual de grandes especialistas que utilizan sus instalaciones y medios, está garantizada una atención de calidad y continuada por parte de internistas , neurólogos, fisioterapeutas, etcétera.

¿Cómo podemos prevenir esa fragilidad?

Aunque creo que viene recogido en el resto de respuestas, un resumen podría ser:

  1. Atención global y multidisciplinar al anciano, no dejando de lado las cuestiones sociales,
  2. Establecer no solo un diagnóstico etiológico, sino funcional. No es tan importante saber exactamente qué tiene el anciano y por qué, también hay que saber cómo puede dañar sus capacidades físicas e intelectuales y como es previsible que quede, para ir desde el principio actuando preventivamente,
  3. Promover iniciativas de envejecimiento saludable,
  4. Cambiar la percepción social del envejecimiento y prestigiar la labor de quien a su cuidado se dedica.

Dr. Miguel Peris | Jefe del Servicio de Medicina Interna del Hospital IMED Valencia

Dr. Miguel Peris | Jefe del Servicio de Medicina Interna del Hospital IMED Valencia

Source: La Razón

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